Federico Delicado, autor de "Ícaro", VII Premio Compostela.

"Ícaro supone haber creído firmemente en la capacidad narrativa del dibujo"

El autor de la obra galardonada con el VII Premio Compostela vuelve a su esencia como ilustrador

Se considera un mero intermediario. Recogió el VII Premio Internacional Compostela de Álbum Ilustrado en calidad de mediador y lo agradeció en nombre de Ícaro y de sus padres, que un buen día le encomendaron la misión de contar la historia de esta familia -tan real o tan ficticia- que, como Federico Delicado dice, vive “en una saneada pobreza”.

Una historia que surgió leyendo al dramaturgo británico Harold Pinter, que decía: “Escribir es, para mí, una actividad completamente privada, ya sea un poema o una obra de teatro, sin diferencia (…) Lo que escribo no tiene obligaciones con nada que no sea consigo mismo. Mi responsabilidad no es hacia el público, los críticos, los productores, los directores, los actores o mis prójimos en general, sino con la obra a mano, simplemente”.

Han pasado siete meses desde que el jurado del certamen decidió seleccionar “Ícaro” como la obra ganadora y el libro está en las librerías desde hace a penas tres días, pero aún tendrá que transcurrir un tiempo hasta que Federico Delicado sea capaz de verlo con la lejanía y la objetividad suficiente.

-¿Qué impresión tiene después de la entrega del Premio, una vez que “Ícaro” ha dejado de ser un proyecto de álbum y se ha convertido en una realidad impresa?

-Federico Delicado: Me ha agradado mucho comprobar que el jurado ha coincidido conmigo en la lectura de “Ícaro”. Yo nunca he tenido conciencia de que “Ícaro” sea algo que me pertenece, sino algo que me ha visitado, de algún modo. Ahora tengo la seguridad y la alegría de que lo voy a poder compartir con más gente. También tengo la sensación de que todo esto que ha ocurrido, no me ha ocurrido; que le ha ocurrido a alguien que dicen que ha escrito algo y ha dibujado algo. Consigo mantenerme a un lado y observar. Está bien porque veo que hay gente que tiene los mismos intereses que yo, que trata de empujar la literatura infantil con todas sus posibilidades, fuerzas y capacidades. Y sobre todo, tengo la impresión de que “Ícaro” -que es un libro un poco difícil- pueda interesar.

-Con motivo de su estancia en Santiago ha mantenido un encuentro con estudiantes de Bachillerato Artístico del IES do Sar que, a la vista de “Ícaro” y de su experiencia como ilustrador, han podido comprobar que existen otras formas de comunicar alternativas a lo meramente descriptivo. ¿Qué aporta esta forma de abordar la ilustración de un texto?

-No es tan complicado. Yo como lector busco que no me desvelen todo, sino que cuento con mi capacidad para investigar en aquello que me están diciendo, e incluso para analizar al que lo dice. Y si puedo yo, que soy una persona normal, puede cualquier lector. Yo cuento con la participación del lector para eso, creo que es -por lo menos- tan inteligente como yo. Me dirijo a un lector inteligente, como creo que es la humanidad.

No creo que “Ícaro” sea un libro complicado; es complicado si partimos de unos prejuicios acerca de lo que se debe decir o no se debe decir. Pero es lo que habría que revisar: por qué se tienen esos prejuicios a la hora de considerar qué debe leer un niño. Se descafeinan totalmente los cuentos de los hermanos Grimm, por ejemplo, que son durísimos; y son anuncios de cosas que ocurren en esta sociedad, que nos hacemos los humanos los unos a los otros, y de las que hay que ser conscientes desde pequeños. La dureza no es el problema, el problema es la omisión. Como la literatura no tiene la función de educar, sino de mostrar, a mí eso no me preocupa.

En cuanto a alumnos, por lo general creo que un estudiante tiende a la creatividad, a experimentar y buscar un camino. No solo un estudiante, sino también cualquier persona, cuando se está haciendo. Puede ser que alguien les cercene esa posibilidad. Por ciertos trabajos que hemos visto en el instituto, creo que tenían la necesidad de buscar su lugar, como toda la gente joven. Y eso es aportación al mundo de la ilustración. Si mi trabajo ha servido para animarles en ese sentido, me alegro.

-¿En qué etapa de su trayectoria -con más de tres décadas de experiencia- ha surgido “Ícaro”, supone esta obra algún punto de inflexión?

-Tengo la sensación de que en los últimos trabajos que estoy haciendo estoy empezando a hacer lo que quería hacer cuando empecé. Cuando yo empecé a ilustrar, quería hacer esto… y luego se me olvidó. Estuve haciendo un montón de cosas, probando y buscando mi lugar. Pero ya sabía cuál era mi lugar; lo único que he estado es posponiendo esta decisión. Yo diría que “Ícaro” trabaja un poco de espaldas a la gente. Ahora mismo me da igual lo que vayan a pensar de lo que hago o donde lo vaya a colocar. Ya no puedo trabajar más que de espaldas a todo eso; entonces hago el dibujo que me da la gana, aunque soy consciente de mis limitaciones.

“Ícaro” supone haber creído firmemente en la capacidad narrativa del dibujo. Hubo un trabajo que me espoleó: la novela gráfica que hice para El Jinete Azul, de ciento y pico páginas sin texto. Ilustrar es narrar. Ilustrar no es pintar, no es dibujar, no es decorar un libro, no es hacer probaturas... que todo eso está bien. Ilustrar es fundamentalmente narrar con el dibujo.

Juan Farias decía: no quiero que ilustren mis libros porque coartan la imaginación del lector. A mí me pasa lo mismo; mi dibujo puede contar sin necesidad de texto, tiene también una capacidad narrativa. Y en “Ícaro” la ilustración ha acompañado algo que quería decir.

El filósofo y psicólogo Gaston Bachelard habla de la imaginación formal y la imaginación material. Un trabajo plástico o literario con solo la forma, no es nada. Yo he pasado mucho tiempo de mi vida en que lo que me importado era la forma, dibujar de una manera o de otra. Lo que me interesa ahora es la materia de la imaginación, no la forma. Las dos cosas van parejas, pero una sin la otra no vale para nada. Nos encontramos trabajos vacíos de contenido. Son forma, pero están vacíos de contenido. Yo iría ahora por ese camino, me interesa más la imagnación material que la formal.

-¿Quiere decir que quizás evolucione hacia su faceta literaria, más que hacia su condición de ilustrador?

-Posiblemente sea así. Mis dibujos también son literarios; están contando, cuando antes no.

"Ícaro", en pleno proceso de producción, en la imprenta Anduriña, de Poio (Pontevedra).

"Ícaro", en pleno proceso de producción, en la imprenta Anduriña, de Poio (Pontevedra).

-El ojo en la barra de pan, el niño encaramado a los cables del tendido eléctrico, la sombra invertida de la niña y el helado que sostiene... ¿Cuál es la función de esos juegos visuales?

-La función de la ilustración. Es como si otro ilustrador se hubiera colado ahí con un clon mío y pusiera maldades. Esto me hace estar menos responsabilizado de la ilustración. Siempre puede surgir algún añadido cuyo origen muchas veces son errores: algunas veces es una mancha que ha caído y se ha transformado en otra cosa. El azar o el error es la manera en que se manifiestan cosas que de otro modo no saldrían. También son guiños… ¡vamos a divertirnos! Es un intento de contactar con el lector a nivel visual.

-En sus trabajos e intervenciones reivindica la figura o concepto de monstruo. ¿También es así en el caso de “Ícaro”?

-Yo les tengo un enorme respeto y agradecimiento, y la sociedad también se lo debería tener. Lo monstruoso -o el monstruo- es universal. Y gracias a él, que siempre está extramuros, cohesionamos el grupo. El grupo se beneficia de su cohesión, pero nunca se piensa en que es gracias a alguien que está solo, realmente.

Cuando nos vemos en el espejo nos consideramos perfectos, preciosos y maravillosos porque no somos monstruosos, porque siempre tenemos una referencia de lo anormal. Eso viene de la imposición del cristianismo, por ejemplo: un dios único que no acepta compartir el mundo de los prodigios con esos seres, nin con otros, y son relegados.

¿Quién busca el abrigo? Quien tiene frío. ¿Quién busca comida? Quien tiene hambre. ¿Quién busca la belleza? Quien no la tiene. Quasimodo vive en una obra de arte -Notre Dame- y la Bestia es un ser con una gran capacidad para la belleza. Ambos buscan la belleza porque carecen de ella. En definitica, estas personas siempre me han inspirado mucho respeto porque no las veo desde el punto de vista del ser horroroso.

En los cuentos clásicos, personajes como la madrastra o la bruja, todo lo abominable en general, son los que generan en el héroe y la heroína, la capacidad para superarse, porque les ponen pruebas difíciles. Los padres buenos y tiernos no te ponen pruebas, simplemente te miman y te cuidan. Pero cuando sales al mundo, esos personajes secundarios son los que te aman, porque te dicen: supera esto. Y nadie se lo agradece. Yo me siento muy atraído por esos personajes.

-Les dijo a los estudiantes de Arte que la vocación por algo es dar la vida. ¿Hasta qué punto plasma en sus obras su compromiso con el trabajo?

-Dar la vida… y regalarla también. Cada vez que hago un libro no soy nada vanidoso. En la parte de los éxitos llego a creer que están hablando de otra persona; no quiero estar ahí. Es verdad que yo lo regalo, el trabajo lo doy, y punto. Vocación es dar la vida, y así es como hay que morir. Cuando escucho a alguien decir que se quiere jubilar, yo digo: no, yo quiero morir dibujando.

-En definitiva, “Ícaro” habla de no tener miedo a volar.

-Ícaro en algún momento teme volar. Porque parecía tan fácil… Estamos hablando de una transformación, de un cambio, de dar un salto. Y teme ese salto. Supongo que por eso aparece la frase del padre: no tengas miedo a volar.

Hay padres que no hablan nunca con sus hijos; en otras generaciones eso era lo común. Tengo un amigo que no había hablado nunca con su padre, pero guardaba como un tesoro solo una frase suya. Cuando estaba muriendo le dijo: yo ayer tenía 18 años. ¡Ayer! ¡Qué herencia! Te está diciendo, cuidado con el tiempo…

Federico Delicado y Charo Lozano, ante la librería Encontros, de Santiago, con "Ícaro" en su escaparate.