"Agni y la lluvia", de Dora Sales y Enrique Flores (Kalandraka)

Agni y la lluvia”, un texto de Dora Sales ilustrado por Enrique Flores, es la historia de un niño de diez años que vive en Bombay y trabaja en un lavadero. Mientras frota y refrota sin parar, Agni sueña que algún día cambiará su suerte. Su sueño es el de los más de 250 millones de niños y niñas que madrugan cada día, no para ir a la escuela o jugar, sino para trabajar, forzados por las redes de explotación y esclavitud infantil o de forma «voluntaria» para ayudar a sus familias, sumidas en la pobreza.

La Librería Babel de Castellón fue el escenario de su presentación con la autora, arropada por el director de KALANDRAKA, Xosé Ballesteros, y la profesora Rosalía Torrent, que imparte clases de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Jaume I. Compartimos a continuación su particular ‘lectura’ de este relato melancólico y a la vez luminoso sobre el valor de los sentimientos, la esperanza y la voluntad de salir adelante.

Presentación de "Agni y la lluvia" en Librería Babel, Castellón

Rosalía Torrent en la presentación de "Agni y la lluvia"

 

Hace tres meses estábamos presentando, en este mismo lugar, un libro de Dora Sales: “Y oyes cómo llora el viento”. En él se trataba la historia de un niño sin nombre, un niño hijo de la violencia, cuya vida (y cuya muerte) nos dejó sin aliento.

El nuevo libro que nos presenta Dora también tiene por protagonista a un niño pero, esta vez, el niño tiene nombre: Agni. Y la dureza de su entorno en un barrio del margen de Bombay no ha podido con él ni con su familia. No ha podido con su sonrisa.

Yo he intentado leerlo con los ojos de quienes van a ser sus principales lectores, los niños y niñas. Seguramente es imposible pero, constantemente, me preguntaba qué ideas extraerían de un libro como este los niños que no conocen ni de lejos situaciones como las que aquí se viven. Me gustaría hablar con ellos, ver cómo lo han vivido. Sus respuestas darían sentido a nuestras constantes preguntas.

Decía antes que, esta vez sí, tenemos un nombre para el protagonista, Agni, que como Dora explica quiere decir «fuego». Dora nos va señalando el significado de buena parte de los nombres propios que aparecen en el libro; nombres que no siempre acompañan a la personalidad de sus portadores (recuerdo aquí el nombre de Abhay, su mejor amigo, cuyo significado, «audaz», poco tiene que ver con el carácter del niño): «Agni siempre ha pensado que los padres de Abhay son muy bromistas, pues Abhay es de todo menos audaz (…) A veces Agni tiene la sensación de ser más abhay que Abhay» .

Pero con los nombres Dora nos ayuda a situarnos en la historia de sus portadores. Éste es uno de los primeros aciertos del libro: dar identidad a un grupo de personas que a veces se autodefinen como invisibles. «Invisibles como los pobres», se nos dice en algún momento del libro.

Esta frase se enmarca en un episodio concreto en el que Agni, que ha viajado con el dedo por un mapamundi que cuelga de la pared de su casa y que le regaló su hermano, descubre que, además de los nombres que figuran en el mapa -Tombuctú, Samarcanda, Machu Picchu, Estambul, Sicilia o Sevilla- hay otros muchos que no figuran en él. Esos son los que él tiene que descubrir: «Cómo le gustaría viajar a lugares que no están escritos en el mapa. Invisibles como los pobres, “Sí, esos son los sitios a los que tendría que ir, piensa a menudo”».

El mapa, por cierto, es un regalo cogido de un cubo de la basura y que, sin embargo, ha sido el mejor regalo que ha tenido nunca Agni, tras los besos de su padre y de su madre. Porque el hermano de Agni y el propio Agni, son pobres, decididamente pobres. El mismo niño trabaja en una jornada que se extiende desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, sábados incluidos. Pero no pierde la esperanza, no pierde la sonrisa.

Y no la pierde porque piensa que algún día podrá viajar.

Y piensa, sobre todo, que algún día, podrá ir a la escuela: «Siente que las cosas, en algún momento, pueden llegar. De forma pausada y tranquila, como el día que sigue a la noche, como el minuto que comienza tras el minuto anterior. O de pronto, como la lluvia en Bombay. ¿Quién sabe? Quizás algún día él también consiga ir a la escuela. Sí, algún día».

Un libro, además de los posibles mensajes que, como en este caso, pueda contener, tiene que atraparte, contarte una historia, y la de Agni se desarrolla a través de un argumento que te va haciendo entrar en esa historia e interesarte por el futuro del niño, de su familia y de sus amigos.

La narración (así lo interpreto), aparece dividida en tres momentos o apartados:

En el primero se nos presenta a Agni, a su familia y a su día a día. Esta es la parte que denominaríamos más «social», en el sentido en que, al presentarnos a los personajes, se denuncia el injusto sistema social que los envuelve. En el segundo, la historia se va envolviendo en un cierto misterio, que él comparte con Abhay, su mejor amigo. La tercera es el desenlace; un desenlace rápido, de una esperanza nostálgica.

No voy a contar el argumento, que cada cual debe descubrir, pero sí los valores que aparecen en ella. En la primera parte, sobre todo.

La solidaridad que tienen entre sí los pobres:

El padre trabaja como lavacoches en las concurridas calles de Bombay. Cuando se acaba la jornada todos reparten lo que han conseguido, puesto que: «Solo es cuestión de suerte que unos consigan limpiar más coches que otros, o que reciban más o menos monedas». Tengo que reconocer que la lectura de este pasaje ha cambiado mi visión de las personas que ejercen esta profesión. Nosotros pasamos por su lado intentando no mirarlos; a veces nos enfadamos de la invasión de nuestros cristales. Pero seguramente la mayoría de ellos son gente como Apu, que significa «virtuoso», el padre de Agni. Su madre se llama Aparna, «sin hojas, quien no tiene que comer». Es explícito.

El segundo valor es la tolerancia (mejor podríamos decir amor humano) hacia personas de otras religiones:

Su madre, con lógica aplastante, hablando de la convivencia entre musulmanes e hindúes, nos dice: «Cada cual cree de una manera, pero todos tenemos hambre, sed, sueño, todos somos gente». Eso dice su madre, y lo mismo piensa Agni. Su padre y su madre contagian al niño su bondad y sensatez. Corroboran lo fundamental que es nuestro entorno para nuestro desarrollo. El niño sin nombre del primer libro de Dora no gozó de este privilegio.

Un tercer mensaje sería el de la igualdad de género:

Porque en la sociedad que el libro retrata, los papeles de hombres y mujeres siguen estando estratificados, como en el resto de países del mundo, pero hay maravillosas personas que dan oportunidad de futuro a las mujeres. Y que se alegran con su suerte, aunque a ellos no les toque.

Y junto a estos mensajes, el del amor: toda clase de amor, y también el de pareja, que la autora resuelve con un símil que esta vez sí voy a desvelar. Porque me resultó muy tierna la sensación que el niño experimenta cuando, en el cine, asiste a la proyección de ‘La Dama y el vagabundo’ de Disney y ve cómo los perrillos, tras comerse un spaghetti, unen sus morritos. En ese momento, él piensa en una niña que un día quedó prendada de unas zapatillas verdes; zapatillas que a él le gustaría poseer por si ella, así, también le mirara.

Todo ello regado con un lenguaje muy poético y con unas reflexiones del niño que incluso a veces nos hacen sonreír, como cuando Agni habla de la importancia de su familia. Todos ellos se dedican a funciones de limpieza: él en un taller de lavar ropa, su padre limpiando coches, su madre limpiando casas. ¿Cómo iba a vivir Bombay sin gente como ellos? Son los necesarios. Invisibles pero imprescindibles.

A la par, Agni es capaz de divertirse con muchas cosas, como con el sonido de las palabras, esas palabas unidas a cosas que ni siquiera ha visto. Sabe, por ejemplo, que en casa de la señora a la que su madre va a limpiar comen algo que se llama gambas, ¡que divertido! «“gam-ba”, suena alegre…»

En la segunda parte, una vez presentados los personajes y su historia, hay una trama que no podríamos llamar detectivesca, pero casi. En ella se produce un pequeño misterio que solo al final se resuelve.

El desenlace es rápido y en él llama especialmente la atención una cosa: el amor sin fisuras del niño hacia su hermana, quien, con su hermano mayor, otro personaje mágico, cierra el cómputo de la familia.

Este libro está ilustrado por Enrique Flores, que ha sabido entender tan bien el contexto, con esa portada de un niño casi invisible, como a veces se consideran los pobres. Está editado por Kalandraka, una editorial necesaria, y se lanza a la vez en castellano, catalán y gallego.

Gracias a la editorial, a Enrique Flores y por supuesto a Dora, aunque esta intervención tiene que ser cerrada por los sentimientos del mismo Agni, que, como nos dice Dora, sabe ganarle: «terreno a la melancolía a fuerza de soñar. Porque él no olvida ese primer gesto de libertad que consiste en imaginarse libre. Eso es algo que nada ni nadie puede quitarle. Es algo que ningún dinero puede comprar. Agni sigue adelante, mirando al cielo o al mar, donde siempre parece haber más espacio, donde todo parece respirar».

Rosalía Torrent

Xosé Ballesteros, Dora Sales y Rosalía Torrent en la presentación de "Agni y la lluvia"